La muerte de su madre, la severidad de su padre y la dureza de la vida del campo lo motivaron a escapar. Estaba decidido, dejaría el páramo andino, el pastoreo de ovejas, la acarreada de agua en pondos, ese aroma a tierra fresca y mojada; en su escape llevaría en su memoria los colores de las chuquirahuas, floripondios, la flor de papa, la de haba, la de chocho y todo el páramo. Lo planeó bien, se introduciría hábilmente en la caravana presidencial de Rodríguez Lara que saldría de Pujilí a Quito.
“Llegamos 11 de la noche, yo con 12 años estaba en la Plaza de Santo Domingo; inmensa, llena de luces, gente comiendo, vendiendo ¡Qué lindo!, yo con hambre con frío y sin un centavo”. Su objetivo ahora era ir a la Plaza 24 de Mayo, esa donde estaban los inmigrantes del campo “ me vine jalando a mi primo, nos metimos a dormir a un zaguán grande”; a las tres de la madrugada sintió un ligero puntapié y una voz que gritaba “¡Guambras vagos, levanten! ¿Quieren trabajar?”¡Claro que quería! Descargué del camión centenares de tablones hasta las 6 de la mañana; era pesados, mis manos sangraban. Al final gané 6 sucres (moneda de ese entonces) “contento me fui a desayunar”. Sus ojos se iluminan, esboza una ligera sonrisa y con un suspiro incontenible lanza ¡Qué bonitos recuerdos!
En la capital sentía el llamado de la tierra, pero de una forma distinta, era un sentir de colores, así que, sin más razón que la nostalgia, pincel en mano trasladó a un lienzo de 15cms x 20 cms su potrero que en sus recuerdos y sus sueños era color naranja; motivado por un joven artista de Chone, fue hasta El Ejido; allí “los gringos salían a caminar desde el hotel y querían mis potreros, mis flores” y así empezó la historia del artista Luis Millingalli.
Luis Millingalli (1959) es un artista autodidacta de la comunidad de Chami del cantón Pujilí, provincia de Cotopaxi, quien por más de tres décadas ha trabajado un lenguaje propio construido con un entrelazado de recuerdos, el resguardo de lo efímero y sencillo y su exploración plástica a partir de la tradición pictórica de Tigua.
El artista entiende la flora como un ser vivo, presente desde siempre en la memoria de los pueblos, conclusión a la que llega y reafirma luego de sus viajes por el país y en países de los cinco continentes.
Recuerda que su primera exposición fue en España a donde fue en 1985, “tienes que pagar como 200 sucres, (le dijeron) eso para mí era la deuda externa, chútica tuve que vender algunos animalitos, vender pedazo de terreno”
“Estoy tiempo completo desde ese primer salto en España he estado en varios países en Inglaterra, Austria Brasil, Corea, Japón, especialmente EE.UU; le gusta mucho el arte y mi trabajo”, cuenta con serenidad y humildad.
El arte de Millingalli está lleno de sus vivencias que se transforman en recuerdos colectivos, como su obra Floripondios “Una vez encuentro en la quebrada flores hermosísimas de floripondio, voy llevando marcado como cuatro y cuando llego a la casa digo a mi madre encontré estas flores tan lindo traje para ti. ¡Usted quiere quedarse mudo, tonto! Eso es droga, eso no vale – me dijo y me siguió con el palo- tuve que salir corriendo a botar (…) ahora sé que no es cierto, sé que el aroma es rico, sé que son lindas y eso pinto”
Millingalli construye y recrea el mundo a partir de la visión personal y su experiencia migratoria hacia la ciudad; cielo, tierra, fauna, flora, y la exaltación del páramo recordado forman parte del gran universo que impulsa sus obras.
Puedes recorrer su obra en la Sala de La Picota del Centro Cultural Metropolitano, García Moreno y Pasaje Espejo (esquina) desde el sábado 17 de agosto al domingo 8 de septiembre de 2024, de miércoles a domingo de 9h30 a 16h30. Entrada libre.